lunes, marzo 07, 2005

"Historias de mujeres en estas tierras sureñas"

Recuperar las voces, presencias y acciones de las mujeres en nuestra historia no sólo es un justo reconocimiento a las miles de mujeres que contribuyeron al nacimiento y crecimiento de nuestra patria, sino una labor necesaria para saldar una herida aún abierta en nuestra identidad colectiva.
Las cronologías tradicionales están fuertemente impregnadas por una visión androcéntrica, ciega a las prácticas de las mujeres; sus identidades y acciones han permanecido por décadas sumergidas en el silencio y el olvido a pesar de haber sido parte de la historia de nuestro país desplegando una multitud de roles.
Muchos sucesos transformaron las relaciones sociales y políticas en nuestra historia, pero ninguno quizá sea tan controvertido como la tristemente llamada "Campaña del Desierto". Especialmente en nuestra querida provincia de Río Negro y en toda la Patagonia, pasado ya más de un siglo, se abre un profundo debate entre quienes sostienen que fue una epopeya que permitió consolidar el territorio nacional; y quienes afirman –no sin fundamento- que fue una matanza motivada en muchos casos por la codicia.
Pero más allá de este necesario debate, unos y otros olvidan que casi la mitad de las fuerzas de frontera fueron mujeres que dejaron todo para seguir a la milicia, viviendo el día a día, peleando y muriendo junto a los hombres.
No fueron pocas, llegaron a contar cuatro mil. Chusma, milicas, fortineras, cuarteleras; de ellas cuenta el expedicionario Eduardo Ramayón "Voluntariamente salían de su aldea o villa o pueblo para iniciarse en una vida que les era enteramente desconocida, importándoles muy poco las vinculaciones al sitio, las comodidades del hogar y los ruegos de las madres que quedaban profundamente estupefactas y a las que, a pesar del amor, el respecto y los rasgos de desesperación, definitivamente abandonaban... confiadas ya en el cariño entrañable al uniforme o a las fútiles promesas del voluntario, enganchado o destinado...".
Estas mujeres –¡cuando no!- se ocupaban de sostener la vida de cada día, eran bestias de carga, de transporte de enseres, armas y vituallas, cargaban leña y lavaban la ropa de sus compañeros. Ocupaban la retaguardia de las columnas con sus hijos a cuestas, si había un ataque peleaban a caballo junto con los hombres. Sus vidas eran muy duras, como toda compensación por su trabajo recibían raciones de alimento, cumplían con la disciplina militar, se las comisionaba para asistir a velorios, entierros y rezar en estas circunstancias "...por el alma del finado". Eran esposas, novias, madres, curanderas o prostitutas, algunas llegaron a vivir en fortines entre veinte y cuarenta años.
De ellas Manuel Prado nos dice "...Las mujeres de la tropa eran consideradas como fuerza efectiva de los cuerpos se les daba racionamiento y, en cambio, se les imponían también obligaciones… Eran toda la alegría del campamento y el señuelo que contenía en gran parte las deserciones. Sin esas mujeres, la existencia hubiera sido imposible. Acaso las pobres impedían el desbande de los cuerpos."
Las fortineras de la Campaña del Desierto no fueron las únicas, a lo largo de nuestro territorio estuvieron también en las guerras de la Independencia en retaguardia y en el campo de combate. Rescatamos las palabras de la santiagueña Manuela Godoy en su relato de la batalla de Tucumán "Aunque sea con agua y algún aliento a los hombres, algo se hace para ayudar a la patriada. Y si tengo que agarrar una bayoneta …no soy lerda ni me voy a quedar atrás".
En la campaña al Alto Perú la puntana Pancha Hernandez combatió de uniforme a pistola y sable y en el Ejército de los Andes también San Martín autorizó a las mujeres para que acompañaran a sus maridos.
¿Que pasó con ellas? En nuestro Sur, cuando todo terminó muchos sobrevivientes se quedaron en esas tierras, algunos recibieron parcelas en reconocimiento a sus servicios.
¿Y las mujeres? Las palabras del propio Ramayón nos cuentan como terminaron: mientras duró la Campaña "El gobierno las proveía de cierta porción del racionamiento que se asignaba al soldado, raciones modestísimas que más tarde, con la desaparición del indio, quedaron definitivamente suprimidas... Una vez que todo fue paz y fraternidad, porque habían terminado las guerras, la situación de las pocas sobrevivientes quedó completamente definida con la eliminación de las listas en que figuraban y su no - admisión en los cuarteles".
En este 8 de marzo, cuando en el mundo miles de mujeres y hombres cumplen con homenajes y se comprometen a continuar avanzando el camino de la equidad, vale recordar los nombres olvidados. El de la esclava negra Josefa Tenorio que combatió junto a Toribio Dávalos; Carmen Funes, rebautizada La Pasto Verde por la soldadera; la capitana Isabel Medina; la sargento primero mamá Carmen; la Viejita María; Mamá Culepina y Mamá Pilar; la Pastelera; y también la Pocas Pilchas, la Cama caliente, la Pecho´ e Lata, la Vuelta Yegua, cuyos apodos humillantes dan cuenta del lugar que les daba la soldadesca. Las mujeres del cabo Cardozo y del cabo Gómez, de las que no tenemos sus nombres pero sabemos que acompañaban la tropa embarazadas, y que la mujer del Cabo Gómez alumbró su hijo en el camino y apenas cortado el cordón umbilical continuó la marcha junto a la columna.
Ellas abrieron caminos para que mucho después, casi un siglo, las anarquistas y socialistas, inmigrante e hijas de inmigrantes empezaran a luchar cada una desde sus perspectivas ideológicas por los derechos civiles, políticos y sociales de las mujeres argentinas. Para que más tarde otras mujeres accedieran a la formación escolar secundaria y algunas –muchas menos- lo hicieran a la universidad. Para que Elvira López obtuviera su diploma de doctora en Filosofía; Cecilia Grierson, Alicia Moreau y Julieta Lantieri fueran médicas y una activista política socialista como Carolina Muzzilli tuviera reconocimiento internacional.
En las palabras de la escritora Mabel Pagano "Es un acto de justicia recatarlas del olvido y darles el lugar que ganaron, a fuerza de coraje, en la historia de la patria". Evocándolas restituimos en la memoria a todas las mujeres que, innombradas y silenciosamente, forman parte de nuestras identidades. Amanda Isidori.